Nací
en 1964, he vivido 48 años, cuando muy pequeño mis padres trabajaban en el
ingenio San Carlos, a una hora de Guayaquil, por fotos y relatos supe que
mientras mi padres acudían a sus labores, era cuidado por la empleada de la
casa, una mujer de nombre Aidé. Mi
memoria no recuerda esos tempranos momentos pero dicen que me inculco buenos
hábitos, me levantaba a la misma hora que ella lo hacía, a las seis de la
mañana y yo era su primera tarea, eso me hizo madrugador y poco gustador de
permanecer acostado cuando ya salió el sol.
Esa debe ser una de las razones por las que mi madre la recuerda con
gratitud.
Mi
memoria solo recuerda desde mis tres años de edad y desde entonces ya no tuvimos
empleada doméstica, hasta cuando me case y nació mi hijo Daniel. Durante esos años mi percepción sobre las
empleadas domésticas se limitaba al trato que recibían en las casas de mis
compañeros y ese trato dependía de la educación de la familia, si mi compañero
era educado y formal en el trato con los demás en el colegio, cuando visitaba
su casa podía notar el mismo trato entre los miembros de la familia y un trato
considerado y respetuoso a la empleada.
Pero en los casas de los compañeros más escandalosos, molestosos,
engreídos, vagos y perezosos el trato
era descortés, humillante y abusivo.
Cuando
nació mi hijo Daniel, mi esposa y yo trabajábamos por lo que contratamos una
empleada para que lo cuide, yo no estaba acostumbrado a una empleada por lo que
tenía del hábito de hacer las cosas por mí mismo y me daba por bien servido si
la empleada cuidaba a mi hijo mientras estábamos en el trabajo, mantenía limpia
la casa, cocinaba y lavaba la ropa, con eso yo consideraba su tarea terminada y
si mi esposa o yo ya estábamos en casa la empleada podía retirarse así no haya
cumplido las ocho horas, hacíamos esto porque a pesar de que siempre les
pagábamos un poco más de lo establecido en la tabla salarial para las empleadas
domésticas sentíamos que era algo injusto su salario.
En
el año 2007 se decreta que el salario mínimo de las empleadas es el mismo que
el de los demás trabajadores y la obligación de afiliarlas al seguro, hasta ese
entonces nunca me detuve a pensar que pasaba si una empleada se enfermaba o
llegaba a una edad de jubilarse, porque
nuestras empleadas eran mujeres jóvenes que no se enfermaban de nada grave y no
se enfermaban más de un día seguido a la vez, también era raro que faltaran,
creo que si les gustaba trabajar con nosotros, pues estaban todo el día solas
en casa y podían ver televisión, escuchar música e incluso algunas hacían
deberes pues estudiaban. Ninguna
trabajo más de tres años, unas se casaban, otras terminaban sus estudios y
conseguían otros trabajos, por eso nunca pensé en la necesidad de que empiecen a
aportar al seguro para su jubilación.
Al
principio, este decreto causo resistencia no solo entre los patronos, sino
también entre las mismas empleadas por que muchas perdieron sus empleos, pero
lo que estaban obteniendo se lo debíamos desde siempre cuando que se fijo su
escala salarial en el escalafón más bajo y sin derecho al seguro social.
No
fue promesa de campaña, solo fue una demostración de justicia social y de que
se iba a gobernar pensando en los más necesitados, en los que no tiene voz,
solo rostro de sufrimiento y que ninguno de los otros quiso ver o se hizo el
que no vio, , o porque no le dedicaron el tiempo necesario para gobernar, o
porque no tuvieron la inteligencia ni el valor de hacerlo llámese Jaime,
Oswaldo, León, Rodrigo, Sixto, Abdalá, Fabián, Jamil, Gustavo, Lucio o Alfredo.